lunes, 23 de junio de 2014

Algo va a salir

Constipado Flores vivía de sufrimiento en sufrimiento. Llevando en sí, una carga genética familiar, padecía cada mañana la certeza de su nombre.
La sabiduría de su padre, de familia oriental (de la Banda Oriental, no un chinito del otro lado del mundo) trasladado a estas pampas era reflejo de su propia experiencia y por eso la razón del nombre de su párvulo.
El párvulo, el susodicho Constipado, se transformó en hombre a fuerza de años y constipaciones.
No importaba cual fuese su alimentación, que en algunos casos conocidos y urgentes, hubiesen generado reacciones en usuarios de intestinos de respuesta standard que hubiesen superado la velocidad del cheetah hembra en cacería, y que a aquellos de tránsito ágil los hubiera hecho romper la barrera del sonido.
¡Válgame Dios!, era su letanía matutina apenas sentía algún indicio de motilidad intestinal. La certeza del próximo padecimiento lo atormentaba mientras resignado, que debería haber sido su segundo nombre, se dirigía al mal llamado trono, ya que para él era equivalente a la silla del garrote vil.
La paradoja del hecho es que, para poder conseguir el objetivo deseado, necesitaba concentrarse. El silencio debía ser profundo. Era por eso que muchas veces esperaba a que nadie quedase en casa para no tener que luchar contra otro elemento además de su maldito intestino grueso.
Al primer atisbo de inicio de evacuación, las características propias de aquellos que calificaban en la categoría que había originado su nombre, lo distraían de tal íntima tarea.

Una sensación de impotencia ante la reiterada ocasión, lo sacudía internamente. Impotente de resolverlo por propia fuerza, ya que hacer fuerza le hacía lagrimar las entrañas y tenía dolorosas y prolongadas experiencias.
En su sabiduría de sentada y sentida experiencia,deseaba poder mover su intestino anestesiado.
Las lágrimas de los ojos eran acompañadas por lágrimas de sangre que recolectaba pacientemente el inodoro. Con la malva en un hato, la tenía cerquita del bidet, quien ya tenía marcadas las aperturas de las dos canillas para una mezcla correcta y aliviadora de su pobre caño de escape.
Así transcurría su primer tercio de la mañana, sentado esperanzado en que el sufrimiento fuese leve y corto. No siempre su intestino lo acompañaba en tal esperanza. Eso si, amplió sus conocimientos porque entre tanda y tanda leía ávidamente como para transportarse a otras situaciones y olvidarse de lo que acontecía en su sentada y sentida realidad.

Esta mañana venía particularmente complicada, después de varios días de franca constipación, Constipado sintió el retortijón del despertar de su intestino grueso. sintió como si estuviese desperezándose un oso dentro de su abdomen.
La cosa venía dura. Literalmente. Había que ponerle el pecho a las balas y el tujes... a lo que tenía que salir ...



miércoles, 11 de junio de 2014

Moderación Acuña

Hijo de Don Prudencio y Doña Resurrección, había nacido en la campiña de la Banda Oriental. Familia de vieja data en la zona sus integrantes eran medidos y respetuosos de los demás, todo lo hacían en la forma adecuada. Ni muy poco, ni muy mucho, lo justo, siempre prudente y moderado. 
No era familia de altibajos ni marcadas oscilaciones, todos parejitos en su conducta, y en su altura que por ser, obviamente moderada, no eran reconocidos por ella, ni tampoco por petisos.
Curiosamente, Moderación, el tercero de los hijos de Don Prudencio y Doña Resurrección, casi el último de los 4 hijos que tuvieron, como si hubiese sido una advertencia de Resurrección a Prudencio, había encontrado una veta interesante en el pueblo del departamento de Durazno, en el centro de la campaña Oriental.
Resultó ser que el médico del pueblo era un hombre no demasiado propenso a los excesos. Se le asignaba un parentesco lejano con los Acuña.Don Eleuterio Espinosa, médico de familia, cuidaba con mucha dedicación a sus pacientes. 
En ese pago y en esa época, no había hospital próximo  como para llegar en poco tiempo cuando se producía una emergencia o una dolencia grave, así que el Dr. era particularmente dedicado, con perspicaz motivo, a la prevención. “Cuídese, don Washington, hay que ser moderado en las comidas”, decía el galeno. Como en pueblo chico, el infierno es grande, el Dr. Eleuterio Espinosa se enteraba de todo y guay de aquel que le mintiese.

En un pueblo en el medio del campo a mediados del siglo XX, muchas cosas para divertirse en sano esparcimiento no le había. De ahí que pululasen varios boliches en el pueblo donde se jugaba a las cartas, algún garito clandestino y un par de reñideros de gallos que  matizaban el tiempo libre de los hombres en el pago del Yí.
Sabido es que ninguna de esas actividades se hacía con riesgo de deshidratarse, por ello el alcohol corría, con cierta desmesura, en dichos antros de perdición, según la definición del único cura católico en decenas de kms a la redonda. Inocultable es la tendencia poco clerical de los hermanos Orientales con lo que mucha atención al cura, no le daban.
Eso si, al Dr. Eleuterio, difícil era esquivarle el bulto porque la próxima visita a su consultorio, si te encontraba en un renuncio, la consulta se ponía como su apellido: Espinosa.

Pacientes pícaros hay en todas partes, pero este en especial, era creativo. Como se hizo un pacto de silencio al respecto, obviaremos su nombre en este breve relato.
El caso es que se difundió la idea y varios parroquianos, aprovechaban la visita de Moderación a los boliches y lo invitaban a su mesa. Pasaba así el aburrimiento pueblerino entre copa y copa.
Así, en la visita al consultorio, Eleuterio Espinosa recibía de muchos de sus pacientes, con sincera verdad, siempre la misma respuesta: “Doctor: Alcohol siempre con Moderación...”