No significa que estoy en una vena científica sino que recuerdo definiciones de lugares y sus características a lo largo de mi vida.
Bien sabido es, para los que me conocen, que no soy un dechado de virtudes en lo referido al orden, sobre todo el que corresponde a las cosas.
En uno de los tantos trabajos que realicé, el fax estaba en mi escritorio. No sé porque milagro de la organización, probablemente, por la época en que ello sucedió, mi antecesor en el cargo de Jefe de Ventas lo consideraba un símbolo de status y de poder. Muy lejos de mi estilo, todos enviaban fax cuando se necesitaba. Por lo tanto, mi oficina, salvo reunión con algún cliente, estaba concurrida por algún transitorio operador de fax.
Entre el tiempo de emisión, que era proporcional a la distancia a la que se encontraba el receptor, no sé bien porque tal cosa, pese a mis conocimientos de radicocomunicaciones. Enviar un presupuesto de varias hojas era un hecho fatal gracias a la sempiterna humedad imperante en Buenos Aires. Indefectiblemente, las hojas se pegaban, generando una explosiva interjección y calificativo por parte del operador que entonces debía pasar hoja por hoja para que el fax llegase a destino.
Hoja por hoja, las pilas de papel crecían sobre mi escritorio, junto a faxes en estado de total frustración, ya fuere por tono ocupado, falta de conexión del fax, etc.
Hoja que se apoyaba en el escritorio, desaparecía en el maremagnum de papeles. Lo que a mi responsabilidad correspondía, también se formaban pilas de papeles desafiando a lo que inmensos tratados de estabilidad y administración recomendaban tanto en orden como en el apilado. De ahí surgió el apodo de mi escritorio: el agujero negro. Todo lo que llegaba, no salía.
Distinto es el caso de los triángulos de las Bermudas, bien digo en plural. El mito dice que lo que el triángulo de las Bermudas se morfó, en algún momento lo regurgitará.
Ese mito, según mi humilde entender se reproduce en las habitaciones, mochilas y armarios de nuestros hijos adolescentes.
Desde encontrar, detrás de la cama o debajo de la cómoda, el 10% de las monedas en circulación del país, comunicaciones del colegio, ropa mal guardada, libros incunables de la familia o cualquier otro objeto que desapareció de los lugares que solía frecuentar. No sucede con la ropa ya que existe una visible distribución por tooodo el dormitorio.
Casi, casi... como la política, donde repentinamente aparecen personajes tragados por el Triángulo y que, lamentablemente, éste regurgita.
Distinto es el caso de los triángulos de las Bermudas, bien digo en plural. El mito dice que lo que el triángulo de las Bermudas se morfó, en algún momento lo regurgitará.
Ese mito, según mi humilde entender se reproduce en las habitaciones, mochilas y armarios de nuestros hijos adolescentes.
Desde encontrar, detrás de la cama o debajo de la cómoda, el 10% de las monedas en circulación del país, comunicaciones del colegio, ropa mal guardada, libros incunables de la familia o cualquier otro objeto que desapareció de los lugares que solía frecuentar. No sucede con la ropa ya que existe una visible distribución por tooodo el dormitorio.
Casi, casi... como la política, donde repentinamente aparecen personajes tragados por el Triángulo y que, lamentablemente, éste regurgita.