sábado, 19 de junio de 2010

LLegada

"Las promesas se cumplen", dijo el invierno, mientras el otoño se despedía dejándole la casa a su gusto, ya ambientada con una fría y nubosa mañana de viento en Buenos Aires. "Si él va a estar los próximos tres meses, ¿por qué no dejarle todo en sintonía? ¿Qué mejor recepción puedo darle?"
El invierno, agradecido con el otoño, pensó que un frío y cristalino cielo sería un buen inicio y puso manos a la obra.

Erguido, el Señor Invierno oteó el horizonte para ver quienes de sus colaboradores estaba presto a ayudarlo.
Así fue, que vió a sus nubes grises alejándose hacia el Noreste, anunciando su arribo. Más hacia el sudoeste se advertía la presencia de un solícito frente frío que empujado por el también frío y seco viento, anunciaba su franca estadía con nubes blancas y algunas grises, para que los matices nos deslumbraran a los pobres mortales.
Obviemos la lluvia que para un arribo a la zona, no genera simpatías.
De ese modo, nuevamente los hombres encargados de interpretar signos y gestos de alguna de las cuatro estaciones, fallaron en su pronóstico.


viernes, 11 de junio de 2010

Viaje al Centro

Miércoles por la mañana, ni lunes, ni viernes, miércoles. Ese punto medio donde la semana ni pasó, ni empieza. Ahí colocado en el medio del yugo. Yugo propio, que te lleva en tren hacia el centro de Buenos Aires, difícil de entender eso de trabajar en el centro cuando a esta altura de la vida podés trabajar en cualquier lado. Atavismos, costumbres, equidad -ya que a todos les rompe las pelotas ir al Centro-, no lo sé. Allá vamos.
Tren y subte, más agradables que colectivo, medio que te lleva, colgando como media res ya que la altura promedio del habitante de Buenos Aires no es la misma que la del sueco que debe haber diseñado los pasamanos a casi 2 mts de altura. Frenadas, aceleradas dignas de una picada en Yeyo 4 4 por Figueroa alcorta, hace ya 40 años.
Una desgracia, esos enormes bichos que llevan a 4 locos sentados y al resto, listos para el brete zarandeados de un lado a otro doblegados por la desidia de choferes propios y ajenos a nuestro casual vehículo de transporte.
Mejor opción: el tren.
Tarde, salgo tarde para viajar cómodo, odio las multitudes apiñadas y pegajosas, amargas por esa prístina conciencia de que Dios nos prueba con el don del trabajo. "¡Qué don del trabajo, ni ocho cuartos", gritó un vago memorioso y empedernido. "Que la donación sea un sueldo, pero sin laburar, ¿eh?"
Allá vamos, emprendiendo en un día frío, muy frío, el breve trayecto hasta la estación. Cruzar las vías, pispear el andén y ... cagamos demasiada gente, puta madre. "Señores pasajeros, TBA informa..." No cagamos, recagamos, ¡me cago en Ceuta!. No es justo, pienso, si, pienso mientras cruzo la vía.
Ahí estamos las caras de muchas mañanas, esas mismas que son de distintos horarios y habitualmente no coinciden, reunidas gracias a las fallas de esos trenes que no son lo suficientemente nobles y resistentes como para bancarse 15 años sin mantenimiento y con escasas reparaciones. Mejor los trenes japoneses que se bancaron 40 años, no 12 sin que nadie les ajuste un miserable tornillo
Al rato, entre caras resignadas, otras disgustadas y otras francamente puteando, nos aprestamos a abordar el medio en cuestión.
¡Qué abordar, papá, si parece un semi con vacas destinado a Liniers!
Dejalo pasar, ya viene el otro. Se ven las luces del tren saliendo de la otra estación. Ahí llega de a poco, se lo ve pesado en su traquetear por las desparejas vías. Cargado, muy cargado llega al andén. Baja mucha gente, por suerte, subimos, unos cuantos, apretados, bien apretados con frío afuera, bien abrigados y con mochilas para afrontar el largo día en la ciudad donde cada uno desarrolla más actividades de lo que quisiera.
Nos acomodamos, nos ajustamos y establecemos para emprender el tramo hasta la próxima estación.
Todo parece bien establecido dentro de los límites aceptables de incomodidad y convivencia íntima a la que nos obliga el tren.
Te empezás a relajar un poco cuando llegás a la siguiente parada, se abren las puertas con dificultad. Se ve mucha gente en el andén, nadie baja, todos suben. No podés creer que estés tan apretado, nada puede faltar para que la situación sea más incómoda, haciendo equilibrio en las aceleraciones y frenadas del tren, mientras un desubicado sentado en el piso frente a la puerta, que no está del lado del andén, persiste impávido frente al riesgo de que le pisen las bolas sin escape, inmutable con la expresión perdida de encontrarse en una realidad virtual adquirida a través de un MP3.
¿Qué más se puede sumar a esta situación? ¿Puede haber algo más? Imposible, pienso con resignación en las maravillas del teletrabajo factible a la tecnología que podría estar aprovechando, pero que muchos atados a atávicos conceptos no quieren desarrollar.
Nada ni nadie puede sumarse a este apriete ferroviario cotidiano.
Hasta que te das cuenta que se oye una fraccionada melodía de una armónica que milagrosamente se acerca. Irregularmente en su ritmmo pero constante en su acercamiento
Caras de resignación ante la discapacidad visual y la capacidad motriz de avanzar en este manojo de cuerpos entrelazados.
El mendigo ciego avanza al compás de su música y de las sordas interjecciones y caras de circunstancia de los presionados pasajeros.
¿Esta es Nuñez, no? Acierta, y en Belgrano se baja.