miércoles, 20 de agosto de 2014

Rutina

Día de trabajo, sigue la rutina de la semana. Levantarse, bañarse, desayunar, vestirse... a veces rápido, a veces más tranquilamente. La rutina de ir al trabajo es prácticamente la misma, pero un hecho trascendente en mi vida permite desempolvar un viejo y degustado placer: Leer y no tener que estudiar.
La diferencia no es sutil, es clara. Leer, implica elección. Elección de momentos, elección de textos. Tener que estudiar es utilizar todo el tiempo "libre" de trabajo, con textos dirigidos, con plazos, con ejercicios, prácticas, reiteraciones y obtención de resultados.
Leer, por el placer de leer es permitir que la mente vuele, sumergirse en escenarios diversos, en tiempos y épocas distintas. Armar visualmente con la imaginación, o con Maps Google, el escenario que el autor menciona o describe, sin que sea una película. Conocer otras culturas, otras formas de vivir, otra valorización de las ideas, de las cosas. Leer es aprender a querer o a odiar otros personajes, reales, virtuales, inspirados en reales o como fuere, pero que nunca se materializan sino que se arman en nuestra mente, con los rostros y expresiones, conductas y actitudes que los autores describen y podemos armar. Forman parte de nuestras vivencias concretas, aunque sean virtuales.
Leer puede ser releer y releer puede ser igual a un reencuentro de alguien a quien hace mucho no se veía y que ese deseado reencuentro nos transporta a otra parte de nuestra vida.

Ahora bien:¿qué leer? Podemos elegir en una librería, tranquilamente, iniciando una búsqueda pertinaz. Quizás, tomemos prestados libros de otros, aunque los libros son seres sensibles que cuando los prestan, se ofenden y no regresan. Informarnos en programas culturales de radio y televisión, suplementos del mismo tenor en diarios y revistas. Se buscan emociones, intrigas, romances, acciones pero sobre todo viajar, viajar a otras vidas

Una amiga, tiene otro tipo de referente. Un pasajero. Si, un pasajero del tren. Alguien con quien comparte anónimamente una parte de su vida. El viaje de ida hacia el trabajo en tren. Treinta minutos que se viven de muchas maneras, algunos aburriéndose y  apretujados, otros ensordeciendose con los auriculares escuchando una radio o música en un fantástico MP3, malabaristas leyendo el diario con habilidad para no desplegar incautamente semejante papel, otros mirando por la ventana o  dormitando, quizás chusmeando a los demás, imaginando en que trabajan, que hablan, que discuten o, como hace mi amiga, observando a un lector consuetudinario, dedicado, consecuente y constante. Alguien que lee con fruición, textos varios, novelas, cuentos.
Alguien que por la mañana, sale antes de su casa para sentarse en un agradable mañana en un banco de plaza en unos de esos rincones que Buenos Aires nos ofrece y que deberíamos saber aprovechar con mayor frecuencia, antes de subir al tren para seguir su concentrada lectura, transportado en varias dimensiones en forma simultánea.
"Lo vi leyendo, siempre leyendo. Alto, pelo largo, algunas canas, concentrado en su lectura. Se lo ve feliz mientras lee. Alguien que lee así, obligadamente debe elegir con cuidado. El desafío es saber ¿qué lee?”
Así es como minuciosamente se recogen fragmentos de títulos y autores de libros, si es que no se puede ver la tapa libremente y como en una grilla de palabras cruzadas se busca en la Web para llenar los espacios faltantes.
Es un buen referente, no lo perderemos.

¿Para qué lo encontré?


Eso se preguntaba.
Tenía pensamientos encontrados, quería aferrarlos, aunque no sabía bien porque, más adelante esa decisión le complicaría su vida interior.

No quería victimizarse pero se sentía mal y trataba de tomar una decisión que le asegurara tranquilidad espiritual. Imposible deseo de cumplir, cualquiera fuese el camino que eligiera.
La dureza  de lo conversado lo noqueaba una vez más.
Nadie entiende que todos los días se pelea, pero no contra los demás. Es contra los recuerdos, las vivencias, los pensamientos de toma de conciencia de la inutilidad de lo hecho, para los demás, de lo que a él le marcó a fuego la vida. Tomar conciencia que lo que vivió no le interesa a nadie, salvo por las consecuencias negativas que pueda generar en su relación personal con ellos, le aflojaba las rodillas.
No se sentía nada bien, quería dormir profundamente, prolongadamente. Pensar en como terminar de sacarse una terrible mochila que parecía soldada al cuerpo o, mejor dicho, a la mente.
Es muy duro, volver a tomar conciencia, que lo que hiciste es intrascendente para demasiados que no lo vivieron. Te pega en la mandíbula como un cross de Tyson.
El golpe de remate era la verdad de lo dicho.