De joven se despertaba antes que sonara el reloj despertador. A la vejez, dicen que viene insomnio. A él le vino el cambio de ritmo, ahora la furia de la alarma lo extrae de la profundidad del sueño como un sacacorchos de dos pasos. Un poco lo desacomoda, para un segundo después lo empiece a tirar hacia afuera de los brazos de Morfeo. Se acomoda y lo extrae hacia el mundo de los vivos.
En ese navegar a dos aguas, no sabe si es consciente o no. Si manda a la mierda todo o no. Solo quiere quedarse ahí, en la cama. La mujer, tan dormida como él, lo incita a levantarse para poder dormir ella un poco más sin el ruido de fondo de sus ronquidos.
Él, obnubilado por la congestión nasal, lucha contra las ganas de seguir torrando. Evalúa, peor es que empiecen a protestar por levantarse tarde.
Toma coraje, aún sobre la cama se pone de costado mirando hacia afuera. Muy lejos de querer hacer algún ágil movimiento, saca las piernas fuera de la cama. Las deja caer con el torso duro y un brazo empujándose como para minimizar el esfuerzo de sentarse.
Como sin querer, se mira en el espejo enfrentando la primer chispa de realidad matutina. Su cabeza está blanca, despeinada, los pelos raleándose. ¡Por Dios, ya es de mañana! ¿A quién maté para tener este castigo? pensó, apocalípticamente, debido al sopor.
Apoya sus manos sobre sus rodillas y se para, ensordecido por el ruido que producen sus articulaciones. En especial, las rodillas que parecen cañones.
Siente la arenilla de la incipiente artrosis de rodilla que retumba en sus oídos recordándole que tiene que adelgazar.
Por acto reflejo, llega hasta el baño, satisface su necesidad. Acomete un ardua tarea. Baja la escalera, apoyado plenamente contra la pared, de a un escalón, mirando por la ventana hacia el cielo, curioso por saber como es el clima.
Pesado, si pesado es el clima, si es verano. La humedad agota, no hay viento, llegó el diario. Lo levanta, por suerte el peso de las noticias no incide en el peso del diario.
Otro día más en la semana...
viernes, 28 de enero de 2011
jueves, 13 de enero de 2011
Los libros y los boludos
Los libreros dicen que hay dos clases de boludos, los que prestan los libros y aquellos que los devuelven.
Después de hacer un balance económico social he llegado a la conclusión que:
- Indefectiblemente al prestar un libro califico como boludo.
- Para que la ecuación de prestar un libro y que lo devuelvan cierre, tiene que haber dos boludos. No considero satisfactorio saber que soy un boludo que se relaciona con otro boludo.
- Si en la relación hay solo un boludo, me quedo sin el libro, ergo si lo quiero en mi biblioteca, lo tengo que comprar.
Por lo tanto, hace muchos años que decidí que no presto libros, los regalo.
De ese modo, no me decepciono pensando que mi amigo es un boludo, gasto lo mismo que si efectuara la comprobación que mi amigo no es boludo y, en general, se fortifica la amistad.
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