No hablé de los días viernes, no es justo. En especial este viernes, en el que no encuentro la forma de despertarme. Es un hito en mis mañanas, las de viejo son más difíciles que las que tuve de joven. ¿Será el bioritmo que me cambió?
Juntar ganas para salir a trabajar es una tarea ciclópea como hacer un castillo de arena con la arena muy mojada o muy seca.No encuentro el modo de levantarlo, ni de despertarme.
Pese a que la diaria ingesta de mi pastillita verde tiene como efecto secundario, el insomnio, consigo doblegarla contundentemente. No puedo separar los párpados.
Lo poco que consigo juntar se me desmorona con un bostezo, se desparrama con un bocinazo y huye despavorida con el solo hecho de pensar en tomar el tren que Cirigiliano y socios nos dejaron.
Apelo aun jarro de té cargado, ya que el café me está vedado y el mate me dirije hacia otros ámbitos de húmedos asientos. Esto de escribir es un mal necesario.
No hay forma de arrancar, el cuerpo responde a la sabiduría de Dios que creó algún control que nos lleva pese al estado de plena inconsciencia.
Ni el calor del tren, ni la amenaza de feroz tormenta, ni la esperanza de un fin de semana, ahí al alcance del sueño y el descanso, consiguen sacarme del maldecido letargo del viernes.
La voluntad de trabajar es más escasa que siempre, pasan por la mente interrogantes de insalvables respuestas y complicadas consecuencias. ¿Dónde está mi lugar en el mundo? ¿Será aquel el que siempre pensamos?
Basta, paremos acá.
martes, 13 de noviembre de 2012
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