viernes, 14 de noviembre de 2014

A pedido de curiosos

Año 1984.
Recién casado, ya llevaba tres años en los buques como Radio. Primer viaje con mi esposa como “familiar acompañante”. B/M “Río Negro II”. Destino USA: Buenos Aires, Villa Constitución (casi nos dan domicilio ahí) carga de alambrón para Ft. Lauderdale. Faaa! un lugar de primera, previa escala en Santos, -un clásico-, NYC. Claro que las estadías son inversamente proporcionales al interés de los puertos, ergo Villa Constitución 10 días, NYC 6 horas. Insuperable.
El caso es que fuimos y volvimos, pero volvimos con una carga de diamonia fosfato, fertilizante a granel, cargados hasta el occipucio y el puerto de descarga era Quequén. Quequén tiene una rada que está protegida de ningún viento. Es decir, dos gaviotas se tiran dos peditos y ahí estás bailando a lo pavote. Para pior el escenario político de ese momento era siniestro. Alfonsín, radical, ganó inesperadamente la presidencia de la Nación, gracias a las hábiles manifestaciones y la quema de un ataúd en la 9 de Julio, unos días antes de las elecciones en el acto de cierre de campaña. Italo Luder agradecido pero el resto del pueblo peronista, no lo estaba. Ergo al Fonsi le hacían huelga hasta los teros.
En ese patético escenario políticos sindical nos encontrábamos inmersos frente a Necochea hasta que la Madre Naturaleza no desperdició la oportunidad y, en Abril de 1984, se armó un pesto de la reputísima madre.
Para que los viejos memoriosos liberen de telarañas sus recuerdos, el Río de la Plata se secó, los buques en el puerto de Buenos Aires quedaron apoyados en el fondo, sin agua, lo que obligó a apagarlos e infinidad de marineros de agua dulce y algo salada del Río de la Plata ubicaron donde estaban gran cantidad de cascos hundidos porque, salvo por el cruce de dos canales de navegación se podía ir caminando hasta la Patria del Pepe Mugica y eso los puso en evidencia. Me acuerdo que las boyas de un casco que se llamaba Norma Mabel estaban en cualquier menos donde estaba el peligro para la navegación.


Ahí estábamos nosotros, gallardos con el Río Negro II fondeados en la “rada” de Quequén. Por la tarde recibo el pronóstico meteorológico: una mierda. Se venía un pesto de esos.
Amablemente le comunico al Capitán y, lógicamente, a mi esposa que iba a sufrir el baile que se venía. Para referencia de quienes no la conocen, si ella no maneja el automóvil, se marea en la ciudad. Por lo tanto, venía pesado.


A eso de las 1930 hs ya estábamos navegando pese a estar fondeados. Es decir, el buque se movía como si estuviésemos navegando a toda máquina. En ese momento, la fuerza del viento era 7 en la Escala Beaufort (googleen y aprendan) que es el inicio de la tormenta.


Allá salimos, mar afuera a capear el temporal que se venía. El pesto se incrementaba hora tras hora mientras la aguja del barógrafo, bajaba y bajaba, hora tras ahora. Se siente un cierto frunce en el centro de ojete pero a”Mal tiempo, buena cara".
La vida a bordo se hace difícil, muy difícil. Empezás a guardar todo lo que estaba suelto, se ponen los chalecos salvavidas debajo de uno de los costados del colchón para dormir trabado contra el mamparo, se atan las sillas. Se camina con cuidado bajo el moto de “una mano para vos, otra mano para el barco”. Ducharse es necesario pero absolutamente complicado. Contra un mamparo, esperás que la ducha vuelva hacia vos para mojarte o enjuagarte, ya que te enjabonaste mientras la lluvia caía en el costado del cubículo y lavaba íntegramente el inodoro.


Aparecen todas las cosas que estaban perdidas, las sacudidas, el cabeceo, sentido proa/popa,  el rolido de babor a estribor y viceversa, transforma al buque en una licuadora gigante.


Se come con los manteles mojados para que los platos, cubiertos y vasos no corran, lo que es muy desagradable al tacto.
Si la cosa se pone muy fulera, la táctica de alimentación es cortar bifes, colocarlos en la heladera y cada tripulante va a la cocina y se lo prepara sosteniendo el bife con un tenedor para que no se piante de la plancha.


Las maniobras en tormenta son “correr” el temporal que es ponerle la popa y dejar que te lleve, quien sabe a donde o “capear” que es ponerle proa al temporal y tratar de mantenerse en el mismo sitio o avanzar muy poco. Esta maniobra es la que se hace cuando a tu popa tenés costa, es decir peligro.


Esa noche, fue un infierno y a las 6 de la mañana siento golpes en la puerta del camarote: un buque más chico sin Jefe de Radio pedía auxilio por radiotelefonía. En ese momento el auxilio se encaminaba por un oficial de radiocomunicaciones por telegrafía que es más efectiva para recibir en situaciones adversas, El buque era el Puentemar. Ahí había amigos.


Prefectura no escuchaba la buque que transmitía en una frecuencia de poco alcance, así que me tocó realizar toda  la operación de auxilio para ellos, transmitiendo y retransmitiendo a la PNA todos los datos, burocráticos, que solicitaban.
El pesto se incrementaba y al mediodía llegamos a fuerza 12, el máximo. El Puentemar golpeando contra el agua, pantocazos, perdía potencia porque se descogotaban conductos de lubricación del motor principal. Haciéndola corta a eso de las 1400 hs pusieron proa a la playa a la altura de Claromecó. Casi les hacen una multa por mal estacionamiento en Tres Arroyos…


Mientras tanto, nosotros con el Ro Negro II, veníamos zurciendo la carta náutica, yendo de un lado a otro para soportar el temporal.
La proa se metía en la ola y toda la proa, el castillo, porque está más elevado que el resto de la cubierta principal, desaparecía bajo el agua. El buque con la hélice casi en el aire vibraba y todos nosotros, rezando y puteando para que el buque no siguiera viaje como el Sea view. “¡Salí, hijo de puta, salí!. El agua venía por cubierta con un metro de altura. Sobre la cubierta teníamos unos enormes pontones que forman en partes, una especie de entrepiso en la bodega para aumentar la superficie de carga, que se denomina entrepuente. Estaban ahí trincados (amarrados), soportando el embate del agua que venía con toda su potencia. Nosotros mirando en que estado estaba la trinca de los mismos, rezando que no zafara y que ninguno de esos pontones fuese al agua. El riesgo era que suelto en el agua, golpease el casco, nos hiciera un rumbo (agujero) y nos fuéramos a pique. El agua que no venía por cubierto era porque era lanzada hacia la popa cuando la proa del buque subía con toda su fortaleza cayendo más allá a unos 200 mts de su plataforma de lanzamiento. Fea sensación, el buque rolaba 30° a cada banda y el ángulo de corrimiento de la diamonia fosfato era de 33°, ahicito nomás, como para terminar vuelta campana.
Dos días fueron así, considerábamos calma cuando soplaban 70 km/h.
Así es, en parte, la aventura marítima.

Inolvidable.

1 comentario:

  1. Estimado Señor Elizalde, hubiese preferido hacer este comentario con anterioridad pero ante la lectura de su relato, mis tripas ne negaban a calmarse.

    El Mar reserva peligros, misterios y peligrosos misterios a quien lo visita, amplificados en la naturaleza de su vastedad. Pese a ello, siento por él y por los hombres que se le atreven, una inmensa admiración.

    Gracias por compartir su experiencia, hoy como siempre, he aprendido de Usted algo mas.

    Norberto Laffusa

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