martes, 4 de noviembre de 2014

Forzada introspección

Vivir en una gran ciudad como Buenos Aires implica estar rodeado de todo tipo de ruidos, música, gritos, charlas que nos acompañan por este camino.
Es considerada una ciudad muy ruidosa en el mundo. Los turistas europeos dan lugar a esta observación cuando llegan. De hecho el marcado por voz de los celulares en Buenos Aires fue un fracaso por el ruido de fondo.
Nosotros, que vivimos inmersos en esta metrópoli, no nos percatamos de esa auditiva realidad hasta que perdemos su inquieta compañía, ya fuese por traslado, ya fuese por  discapacidad momentánea o permanente.
En mi caso, entiendo que es discapacidad transitoria debido a una fuerte otitis.
Empezó con el bloqueo de un oído, siguió con el del otro. Todo pierde trascendencia, todo se aleja de uno al tener ese filtro colocado por la infección.
Estás más aislado, más recluido, más propenso a escuchar tus propios ruidos, . Casi desconocidos son los ruidos de tu respiración, los de tus latidos, los de tus intestinos, las mandíbulas que generan presiones y depresiones, la sangre que fluye potente por tus arterias, el ritmo que cambia con la ansiedad o la calma, la sensación de una nube que te abraza pero no te abrasa.
¿Qué se siente, qué se pierde, qué se gana al disminuir una capacidad de relevar sensaciones?
Se gana en escucharse más que en escuchar, como cambia la voz propia y la de los demás. Se oye que la vida fluye, se piensa en como aprovechar lo que queda para vivir mejor, para brindar más hacia los demás. Se descubren capacidades, errores, faltas, soledades y compañías.
Se aprende a vivir de otro modo, pero eso está en cada uno y en lo que cada uno quiera escuchar para sí y por si mismo.

Conectarse con uno en una meditación ayuda a entender más, a preguntarse más y a buscar más respuestas. No debería ser forzada o inevitable, como en este caso, si no sistemática y reparadora.

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