martes, 3 de agosto de 2021

Triste verificación

Ese día era de revelaciones. Revelaciones internas, pero revelaciones al fin, quizás las más dolorosas. No fue la primera de ellas la que lo sacudió, si no que desde esa primera revelación llegó a esta, volvió a la primera y siguió ese camino que no se abría frecuentemente, para bien o para mal.
La segunda revelación fue que pensaba mucho en demasiadas cosas, pero que la raíz de tal hecho era que estaba en soledad demasiadas horas del día.La soledad se iniciaba por la mañana, solo llegaba a recibir órdenes para la gestión de su consorcio o escuchaba relatos de trabajo que mayormente no le interesaban pero que servían de descarga para ella. El saludo matinal del hijo era un lacónico “Chau, Viejo” cuando pronunciaba palabra. Pocas veces. Proseguía en el auto donde ni siquiera se acompañaba con la radio porque prefería el silencio al reiterado anuncio. En la oficina tenía su propio despacho casi fuera de contacto con el resto de sus colaboradores. Cortaba esa soledad, algún día a la semana cuando regresaba con una compañera de trabajo que podría ser su hija pero que tenían muchas cosas en común. La noche, esa soledad seguía en la cocina y en su escritorio, ya que el trabajo de ella era intenso y extenso y sus intereses televisivos eran discordantes, salvo por un par de series.
La soledad era interior porque exteriormente estaba acompañado, pero el corazón y el alma se sentían solos y le ordenaban a la mente pensar el motivo de tal hecho.
El disparador fue que quiso poner en su mente la imagen de la mirada de una mujer que se hubiese enamorado por él. Fracasó. Intensamente. Buscó y rebuscó en su memoria y no conseguía ni una sola burbuja de memoria donde encontrar esa imagen. En la recorrida de su memoria encontró diversas miradas, la de reproche, la de desconsuelo, la de resignación, la de dar órdenes, la de pedir amablemente más allá de lo debido, pero la de mujer enamorada no figuraba o estaba tan escondida que no se podía descubrir. No era inexistente esa situación que una mujer estuviese enamorada de él, es que fue hace tanto tiempo que había pasado que la memoria la borró. Le dio una profunda tristeza que lo invadía desde la mente, y le horadaba el pecho arrancándole el corazón. No recordaba como era la sensación, la imagen, el intercambio silencioso que unos ojos lo miraran con la intensidad del amor que lo incendiase y generara una retribución recíproca  y que es la muestra de sentirse profundamente querido y deseado. Es el ego que el da el visto bueno al inicio del amor, pero uno no se da cuenta de ello, piensa que es otra cosa y se equivoca. Pasión… hacía rato que no sentía nada parecido a eso.  No sabía si mantener un letargo que lo llevara al olvido o a la inconsciencia de esa realidad o si despertar y sacudir toda idea, todo pensamiento alrededor de esa ausencia tan dolida, pese a que no se quedó dormido en ningún momento.
Sinceramente, deseaba estar muerto después de una revelación tan dura como esa. No era la solución, era solo el escape más fácil.
Repasó su relación de pareja y percibió que el interés hacia él pasaba por su disponibilidad para proveer, acompañar o hacer, no era interés en ver como él estaba o se sentía y el dolor de ese cuchillo virtual le laceró el corazón de lado a lado y de arriba hacia abajo, en cruz, al darse cuenta como la sentía
Sabía como era la mirada de una mujer enamorada, pero siendo él, un tercero, un outsider de la relación, no el emisor y, mucho menos, el receptor de tal cálido abrigo que es la mirada del amor. Sentía que la tristeza se hacía más profunda y quería salir de ella y nadar hacia arriba, hacia la luz del amor.
Sacudió la cabeza para que esos pensamientos revelados se estrujasen en algún rincón recóndito bien desconocido. Se escabulleron, casi sin dejar rastros en su mente, pero un dolor agudo en el pecho quedó impune un rato demasiado extenso y así fue como surgió todo esto. Es cierto que se aprende más de los fracasos, aunque solo fuesen revelados, que de los éxitos. Otra triste verificación. 

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