El hombre cuando emprende el camino del matrimonio, va desarrollando distintas capacidades, entre ellas la de la audición selectiva.
Al principio, escucha atentamente a su pareja y contesta, vehementemente, iniciando así un conflicto.
Pasado un tiempo, de matrimonio, por supuesto, hace un esfuerzo (no obtenido) para no contestar y sigue armando disputas.
Se admira de la proverbial memoria de la mujer al recordarle ella, viejas actitudes, viejas decisiones, eternos vicios y terribles consecuencias para la vida matrimonial y familiar por su inadaptada conducta masculina.
Más adelante, el hombre, en el transcurso de su vida en común, al oir a su pareja, evalúa si debe contestar o no, cuales serán las consecuencias por contestar y cuales serán por no contestar, pronuncia un neutral ¡Ajá!, mientras sigue con lo que está haciendo, pensando: ¿qué querrá?.
Más adelante, peinando canas, si es que queda algo en la cabeza (según la opinión de diversos congéneres de su pareja, mujeres todas, por supuesto), siente que le habla, la escucha, la mira fijo o perdido, según mejor se dé y sigue apaciblemente con lo que está haciendo.
Ya en la madurez plena, siente un murmullo familiar, sabe de donde proviene, pero no la escucha.
Después, con su carga de experiencia acumulada en tantos años, apela a las ventajas de la tecnología: cuando ve ciertos signos inequívocos de perorata femenina, lleva su mano hasta su oreja y finalmente, apaga el audífono.
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