miércoles, 24 de agosto de 2011

Compañía.

Se sentía solo en el viaje, la noche anterior había terminado su enésima novela negra sueca. Tan acostumbrado a la compañía de esos extraños escandinavos que en esa mañana, al no encontrar ningún otro libro del género, se sentía desamparado en ese andén poblado pero solitario.
Le gustaba viajar y las novelas le permitían hacerlo a lugares que, a lo mejor, desconocía personalmente pero que podía visualizar gracias a Google Maps y sus vistas panorámicas.
Aunque había estado en Suecia, fantaseaba con regresar. Los sitios se conocen caminando, observando, preguntando e imitando a los lugareños. Es vivir su cotidianeidad.
El poder ver las calles mencionadas en las novelas, le ayudaban a ambientarse en el entorno no descripto en las líneas impresas.
El viaje al centro, esa condena diaria consistente en soportar el hacinamiento y la incertidumbre de llegar en un tiempo indeterminado lo oprimía.
Trataba de dejar la mente libre para meditar pero los vaivenes del vagón no permitían la concentración necesaria para una meditación profunda por más que el tecnológico aislamiento de los circundantes lo aislara pasivamente de sus ¿semejantes?
El paisaje, de tan conocido, aburría. Trataba de buscar nuevas perspectivas, vista periférica para apreciar el verde paisaje de Palermo por el que el tren atraviesa para llegar al núcleo del Microcentro.
La ciudad esconde su realidad durante el viaje al aproximarse a Retiro. Los espacios son abiertos. El Centro te recibe fuera de la estación con dos opulentas plazas rodeadas de monumentales o señoriales construcciones.
Después, después el Centro, le muestra su realidad de calles angostas, veredas superpobladas, ciclistas chorros a contramano, colectivos, taxis y piquetes, mujeres espléndidas a cualquier hora del día mostrando su fuerte personalidad. Ruido, el ruido en el Centro lo rodea, gira alrededor sin descanso. Ruido de autos, ruido de teléfonos, ruido de obras, ruidosde la vida urbana.
Como todo tiempo pasado fue mejor, revolvía en sus recuerdos, en busca de las imágenes del Centro de casi 50 años atrás. La memoria los guardaba en imagen y sonido, casi vívido.
La composición social del barrio era distinta. Había familias, muchas, que en el Centro residían. Se veían viejas edificaciones, bajas. Se acuerda de los sastres, calle por medio, en un primer piso, sobre El Pulpo en Reconquista y Tucumán.
Las cuadras desde ahí hasta el Correo Central, cruzando Alem por el pase del subte para tomar el 203 hasta el colegio. Ida y vuelta, dos veces por día. La ciudad y su tránsito te permitían hacer ese viaje, almorzar en casa y volver hasta Pueyrredón y Las Heras.
En el fondo seguía viajando, esta vez en su misma ciudad y en el tiempo, gracias a sus recuerdos.
La novedad era lo que le divertía, agrandar sus horizontes lo satisfacía, adentrarse en nuevos entornos lo fascinaba. Entender otra cultura lo atraía. Hoy era Escandinavia, ayer fue Japón, antes quien sabe que.
Se sentía solo en ese andén poblado pero solitario.
Tenía que conseguir otra novela policial escandinava.

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