lunes, 21 de mayo de 2018

¿Deja vú?

Año tras año, varios años ha, caminaba por su barrio y tenía la sensación que le iban a pegar un fuerte golpe de abajo hacia arriba entre la nuca y la oreja izquierda. Era recurrente, inexplicable, pero ahí tenía esa sensación. Era un golpe seco, con un objeto corto, no tenía más de 10 cm, era un golpe preciso, fuerte y que destrozaba el hueso. Moría por ese golpe.
No podía entender el motivo de esa sensación y lo peor, no podía confiarle a nadie ese secreto, lo tildarían de más loco, porque loco, ya lo estaba bastante. La sensación era concreta y desbordaba presencia, lo que la hacía real, aunque sin generar dolor.
Pasaron los años, tantos como para haber olvidado esa sensación incómoda, y sorpresivamente, se le clarificó el causante de ese golpe: un culatazo de fusil, fuerte seco, preciso, con maestría y seguridad. Nada que hiciese sufrir a la víctima, que era yo, era así, fatal.
Trató de juntar imágenes para tratar de completar o entender ese rompecabezas sensorial que lo obsesionaba cuando revoloteaba por su futura, o pasada, cabeza destrozada.
Pensó en un combate cuerpo a cuerpo, en un descuido de novato, en una reacción de experto contrincante que no daba oportunidad y la sabía aprovechar. No rematar al contrincante fue el inicio de su propio fin y ahora lo armaba con distintos pedazos de memoria o profecía.
¿Qué conflicto? ¿Dónde? ¿Cuándo? Parecía levemente contemporáneo como que las pocas imágenes que se bocetaban, no eran de épocas pretéritas o desconocidas.

La única certeza era su propia muerte.

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